¡Qué te cuento!

A unos 13 kilómetros de la ciudad de Puebla está Chipilo, un pueblo curioso. A simple vista es una comunidad común y corriente en donde se trabaja el campo, se hacen quesos y se vende leche de a deveras. Pero si se fija uno bien, notará que los granjeros, lecheros, capataces, hombres, mujeres, niños y viejitos son rubios y de ojos claros, características no muy comunes por estos lares.

Resulta que, en 1882 por invitación de Porfirio Díaz, 38 familias de una comunidad de italianos de la región del Véneto, para ser exactos 38 familias originarias de Segusino, Treviso y Belluno se vinieron a instalar a Chipilo.  

Todos ellos, habían sido afectados por el desbordamiento del río Piave que arrasó con sus casas y sembradíos, así que la invitación del señor Porfirio Díaz les resultó bastante prometedora, y miren que lo fue. Han pasado algunos añitos desde entonces y todavía siguen ahí, dedicándose a lo mismo y conservando costumbres y dialecto. En Chipilo se habla una variante del idioma véneto, un dialecto italiano que se ha preservado durante más de un siglo y que se transmite de generación en generación. Este dialecto no tiene reglas gramaticales formales y es un símbolo de identidad local. A ambos lados del Atlántico han hecho esfuerzos para que sea reconocido oficialmente, pero aún no lo logran.

Y hablando del lenguaje, les cuento que el nombre correcto no es Chipilo, sino Chipiloc, palabra de origen náhuatl que significa “lugar donde corre el agua”, pues antes por ahí pasaba un arroyo. Con el tiempo, seguramente por errores en la pronunciación y la costumbre, le fueron quitando la “c” final a Chipiloc, hasta que por los famosos usos y costumbres se convirtió en Chipilo, que si se fijan bien hasta suena un poquito italiano.

La comunidad mantiene vivas sus tradiciones peninsulares, desde la gastronomía hasta las fiestas. Celebran el aniversario de la fundación el 2 de octubre con eventos que mezclan elementos ítalo-mexicanos. En el Cerro de Grappa, cercano al pueblo, hay un monumento dedicado a los italianos caídos en la Primera Guerra Mundial, reflejando el orgullo por sus raíces y su gente. No me atrevería a decir que la comunidad sigue intacta, porque mentiría mucho, pero si les puedo contar que tanto hombres como mujeres, además de muy guapos, son bastante celosos cuando algún poblano o poblana empieza a frecuentar el pueblo.

No es un pueblo tradicional mexicano con su plaza, su quiosco y su mercado. Tiene una calle principal que es por la que entras y por la que lo atraviesas, y la que te lleva a la carretera para que sigas tu camino rumbo a Atlixco sin parar, o parando a comprar unos quesos, crema y leche de a deveras. Lo que sí tiene es iglesia, la Parroquia de la Inmaculada Concepción, es sencilla sobre todo si tomamos en cuenta que a unos pocos kilómetros están dos de las joyas del Barroco poblano -San Francisco Ecatepec y Santa María Tonantzintla- la de Chipilo, es más bien sobria y sencilla como muchas iglesias del norte de Italia.

Se preguntarán ¿Por qué tanto interés en Chipilo? Pues, básicamente porque quiero contarles que hace unos días, por recomendación de un influencer de Instagram llamado @poblaneandoando, unas amigas y yo fuimos a Chipilo a comer al restaurante que este chico reseñó.

Y pude vivir en carne propia algunas cosas. La primera descubrirme presa de las redes sociales tanto, como para decidir salir de Puebla a comer a un lugar que alguien que no conozco recomendó al público en general. La segunda, que no fuimos las únicas que le hicimos caso a la recomendación, todo lo contrario, el restaurante se vio rebasado de su capacidad, les llegó mas gente de la que nunca les había llegado gracias al influencer. Y la tercera, que es la que me hizo tomar la decisión de escribir sobre este tema. Fue comprobar lo que ya sabía, el gran poder que tienen las redes sociales, de cómo un buen video, una buena reseña, un chico agradable son capaces de marcarnos el ritmo, la agenda y en casos extremos hasta la vida.

Descubrir que por más que una crea que, a estas alturas del partido, nadie me dice qué hacer, qué pensar y cómo vivir, somos todos un eslabón de esa cadena, un integrante del rebaño que va siguiendo esquemas, repitiendo patrones y siendo uno mas del montón y de la masa manipulada que decide libremente ir a comer a Chipilo. (Malusa Gómez)