En las entrañas de la frontera norte de México corre una vena vital que no sólo alimenta los campos agrícolas, sino también las tensiones diplomáticas: el agua. Desde la firma del Tratado de Aguas de 1944, México y Estados Unidos han navegado, a veces a contracorriente, en la difícil tarea de compartir este recurso fundamental. Hoy, en un contexto de crisis climática y presiones políticas internas, el tratado resurge como un tema de debate crucial.
Un pacto entre guerras y alianzas
El Tratado de 1944, oficialmente conocido como «Tratado relativo a la utilización de las aguas de los ríos Colorado, Tijuana y Bravo», se firmó en Washington, D.C., el 3 de febrero de 1944. El entorno global era peculiar: la Segunda Guerra Mundial todavía rugía y la relación bilateral era de vital importancia para Estados Unidos, que buscaba asegurar cooperación continental. México, a su vez, había nacionalizado su industria petrolera en 1938, tensando relaciones, pero su apoyo a los Aliados ofrecía una oportunidad para renegociar temas estratégicos.
Históricamente, el agua del Río Bravo (o Río Grande) y del Colorado había sido motivo de conflictos entre ambos países. Ya en el siglo XIX, tras la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848) y la Compra de La Mesilla (1853), el control territorial y de recursos naturales se había convertido en una bomba de tiempo. El acuerdo de 1944 buscaba disipar esas tensiones: Estados Unidos se comprometía a entregar a México 1,850,234,000 metros cúbicos de agua anualmente del Río Colorado, mientras México garantizaba a su vecino 431,721,000 metros cúbicos anuales del Río Bravo.
Cumplimientos, incumplimientos y nuevos escenarios
La Comisión Internacional de Límites y Aguas (CILA) fue creada como guardián del tratado. Aunque el acuerdo funcionó razonablemente bien durante décadas, han surgido episodios críticos de incumplimiento, especialmente por parte de México. El más grave ocurrió en la década de 1990, cuando México acumuló un déficit de entrega que tensó severamente la relación bilateral.
Hoy, con una sequía histórica golpeando el norte mexicano y el suroeste estadounidense, las dificultades para cumplir los volúmenes pactados se han recrudecido. Agricultores de Tamaulipas, dependientes del agua del Río Bravo para sus cultivos, han salido a protestar. Estados como Texas, en Estados Unidos, presionan a Washington para imponer sanciones o renegociaciones.
Impacto económico y social: una factura creciente
En términos económicos, el tratado ha sido piedra angular de la agricultura en regiones como el Valle del Río Grande y el Valle de Mexicali. El agua ha permitido el florecimiento de cultivos de exportación —algodón, cítricos, nueces— tanto en Estados Unidos como en México. Sin embargo, la dependencia ha generado vulnerabilidades: en años de baja precipitación, la falta de agua significa pérdidas millonarias.
Socialmente, el incumplimiento ha exacerbado tensiones. Comunidades agrícolas mexicanas denuncian que mientras sus presas están al límite, Estados Unidos exige el cumplimiento «puntual y completo» de los volúmenes. En el lado estadounidense, agricultores reclaman que México «roba» agua crítica para su subsistencia. Esta narrativa, aunque simplista, se ha convertido en un arma política en elecciones locales y estatales.
Voces de expertos: ¿reformar o resistir?
Para el Dr. José Luis Samaniego, exdirector regional de Medio Ambiente en la ONU, el problema radica en que el tratado «no previó los efectos del cambio climático, ni escenarios de sequía prolongada». Él aboga por mecanismos de adaptación que incluyan periodos de flexibilidad y cooperación técnica más profunda.
Por su parte, Sharon Megdal, directora del Water Resources Research Center en la Universidad de Arizona, señala que «el tratado sigue siendo una joya de la diplomacia internacional», pero que su éxito futuro dependerá de «mucha más transparencia en el manejo de presas y una comunicación constante entre las partes».
Otros, como el analista político Tony Payán, del Baker Institute de la Universidad Rice, advierten que la politización del tema en ambos países podría «convertir el agua en una nueva frontera de fricción», sobre todo si intereses regionales secuestran el diálogo.
El futuro en disputa
Mientras las presas internacionales —La Amistad y Falcón— registran niveles críticos y el cambio climático amenaza con agudizar la escasez, el Tratado de 1944 se encuentra en una encrucijada histórica. ¿Persistirá como un ejemplo de diplomacia funcional o será arrastrado por las corrientes de intereses particulares?
Una cosa es clara: en el desierto, cada gota cuenta. Y en la diplomacia, también. (Equipo Comouno.tv)
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