Mientras los gobiernos del mundo anuncian metas climáticas ambiciosas y se multiplican los compromisos de “cero emisiones netas”, la realidad energética del planeta muestra una fotografía mucho menos optimista. En 2023, más del 80% de la energía que se consumió globalmente provino de combustibles fósiles. Y aunque las inversiones en energías limpias alcanzaron cifras récord, la transición energética avanza con una lentitud que amenaza con comprometer las metas del Acuerdo de París y los márgenes de seguridad climática.
El sistema energético mundial está, en términos simples, atrapado entre dos mundos: uno en el que la urgencia climática demanda electrificación limpia y rápida, y otro donde las estructuras económicas, tecnológicas y políticas aún sostienen —y dependen de— un modelo fósil altamente contaminante.
Un progreso que no alcanza
Según el World Energy Outlook 2023 de la Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés), la generación de energía renovable ha crecido exponencialmente en la última década, especialmente en los sectores solar y eólico. Tan solo en 2023, se instalaron más de 510 GW de capacidad renovable a nivel mundial, un incremento sin precedentes. Sin embargo, ese avance ha sido contrarrestado por el aumento en el consumo global de energía, impulsado por el crecimiento económico en Asia y el resurgimiento de la demanda tras la pandemia.
Lo más revelador es que el 82% de la energía primaria consumida en el mundo sigue dependiendo de carbón, gas natural y petróleo, cifras que apenas se han reducido respecto a 2015. El problema no es solo tecnológico, sino estructural: la generación renovable no está reemplazando a los fósiles, sino sumándose a una matriz cada vez más grande.
“Estamos progresando, pero no a la velocidad ni a la escala necesarias. La transición energética será mucho más costosa si seguimos posponiendo las decisiones clave”, advirtió Fatih Birol, director ejecutivo de la IEA, durante la COP28 en Dubái.
La desigualdad energética
Uno de los mayores obstáculos para una transición global justa es la enorme desigualdad en la inversión energética. En 2023, las inversiones mundiales en energías limpias alcanzaron un récord de 1.7 billones de dólares, pero más del 75% se concentraron en China, la Unión Europea y Estados Unidos, según datos del informe Clean Energy Investment Trends 2024 de BloombergNEF.
En contraste, África subsahariana recibió menos del 2% de esa inversión, pese a ser una de las regiones con mayor potencial solar del planeta. La Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA) ha advertido repetidamente que sin financiamiento accesible y transferencias tecnológicas, la transición energética en países en desarrollo será simplemente inviable.
Este desbalance, además, profundiza las brechas en acceso a energía. Se estima que aún hay 675 millones de personas sin acceso a electricidad, en su mayoría en zonas rurales de África y el sur de Asia (Banco Mundial, 2024).
Dependencias peligrosas
A medida que la demanda de energías renovables crece, emergen nuevas vulnerabilidades geopolíticas. Uno de los cuellos de botella más preocupantes es la dependencia de minerales críticos, necesarios para fabricar paneles solares, turbinas eólicas y baterías de almacenamiento.
El Banco Mundial estima que la demanda global de litio, cobalto y níquel podría multiplicarse por cuatro antes de 2040 si el mundo busca cumplir sus metas climáticas. El 70% del litio del mundo proviene de solo tres países: Australia, Chile y China. El 60% del cobalto se extrae en la República Democrática del Congo, bajo condiciones laborales y ambientales cuestionadas.
Además, la cadena de suministro de estos materiales está altamente concentrada. China, por ejemplo, controla más del 80% de la capacidad mundial de procesamiento de litio, y lidera también la manufactura de baterías. Esto plantea riesgos estratégicos y comerciales: una crisis diplomática o comercial puede afectar directamente el ritmo de electrificación mundial.
El talón de Aquiles: el almacenamiento
Uno de los mayores desafíos tecnológicos de la transición energética es la intermitencia de las fuentes renovables. El sol no siempre brilla, ni el viento siempre sopla. Para estabilizar las redes eléctricas se requiere almacenamiento masivo de energía, algo que hoy aún no está resuelto a gran escala.
Las baterías de ion-litio han mejorado en eficiencia y precio, pero siguen siendo caras, tienen ciclos de vida limitados y requieren materiales contaminantes para su fabricación. Empresas y centros de investigación en Europa, Japón y Estados Unidos están desarrollando baterías de estado sólido, almacenamiento térmico, de gravedad o con hidrógeno verde, pero ninguna de estas tecnologías ha alcanzado la madurez necesaria para sustituir las plantas de respaldo fósiles.
Política, ciudadanía y velocidad
A todo esto se suma el componente político y social. La economista Mariana Mazzucato, autora del influyente ensayo Misión Economía, sostiene que el error ha sido tratar la transición energética como una cuestión puramente técnica o de mercado.
“La transición energética no es solo técnica: es política, social y económica. Requiere una misión compartida, como la que llevó al hombre a la Luna, con participación activa del Estado, la ciencia y la ciudadanía”, afirma Mazzucato.
Y es que muchas veces los proyectos renovables enfrentan resistencia social, especialmente cuando no consideran a las comunidades afectadas. Casos en África, India y América Latina muestran cómo megaproyectos solares o eólicos han sido detenidos por conflictos territoriales o ausencia de consultas indígenas.
La aceptación social es clave para escalar la transición sin generar nuevos conflictos. El modelo del futuro apunta a soluciones descentralizadas: generación distribuida, microredes, participación ciudadana y sistemas cooperativos.
Casos de éxito… y una advertencia
No todo es pesimismo. Algunos países han logrado avances importantes. Dinamarca cubre ya más del 75% de su electricidad con renovables y tiene planes para exportar excedentes a Alemania y Países Bajos. Chile logró que el 62% de su matriz sea renovable en 2023, gracias a una política coherente de largo plazo, licitaciones abiertas y reglas claras para inversionistas.
Sin embargo, la mayoría de los países aún no han establecido rutas realistas ni políticas integrales. En muchos casos, se anuncian metas a 2050 sin planes concretos para 2030. Esto es grave, porque la próxima década es la más crítica: el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) advierte que para mantener el calentamiento por debajo de 1.5 °C, las emisiones globales deben caer al menos un 45% para 2030 respecto a los niveles de 2010.
Hoy, eso no está ocurriendo.
Un futuro que se define ahora
El debate sobre la energía ya no puede centrarse solo en cuánto producimos, sino cómo lo hacemos, quién se beneficia y quién queda atrás. La transición energética no es un lujo de países ricos: es un imperativo climático y social que debe ser accesible, justo y rápido.
Mientras tanto, el reloj climático sigue corriendo. Y la energía, como siempre, está en el centro del tablero. (Santiago S. León)
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